Por él.

martes, 15 de abril de 2014
Hace unos días, me di a  la tarea de realizar un proyecto. De esos que implican papeles, colores, cartones, tiempo e imaginación.

Creí que sería una tarea sencilla.

Desde el comienzo, me sorpredí dando vueltas en mi cabeza para plasmar en un papel las medidas que tendría y los cortes que debía realizar. Los números no es lo mio, y mucho menos en un dibujo con medidas. No sé porque, pero por más que él se esforzó, es algo que nunca lograba entender y simplemente no entraba en mi cabeza.

Después de varios intentos, finalmente logré entender la forma en que debía estructurar y armar.

Luego, teniendo los materiales a mano, en un segundo hice una pausa... me resultaba imposible continuar. ¡necesitaba una escuadra!

Yo?? Necesitaba una escuadra?? vaya que fue una sorpresa. Siempre había hecho esas cosas al cálculo. Tratando de que quedara lo mejor posible. No muy preocupada por exactitudes. Pero así fue... no podía continuar.

Al principio esa situación me puso un poco de malas. me cuestionaba ¿Cómo era posible que ahora se me ocurriera tal cosa?, pero dentro de mí sabía que en algún momento de mi vida había aprendido otra forma de hacerlo y tomarme el tiempo para conseguir la escuadra y hacer mis cortes, reduciría las posibilidades de error y me sentiría más satisfecha con mi trabajo.

Compré herramientas para hacer cortes más finos y exactos, escuadras para tomar medidas y un cuadernillo en el que garabateaba una y otra vez la idea que trataba de plasmar.

Luego, me senté bajo el cuadro rojo; lloraba un poco recordando lo mucho que aprendí y sobre todo lo mucho que tengo que agradecer.

Esta es la historia de un proyecto que necesitó una escuadra. Pero en realidad, en mi vida ha habido muchos momentos más en los que he echado mano de muchas herramientas, formas nuevas, enseñanzas y aprendizajes que recibí de él, porque nadie es muy bueno y nadie es muy malo.

Por eso hoy te voy a acompañar con una copa de vino tinto y este aroma a tierra mojada, bañada por el sol; así a la distancia, porque así no puedes negarme nada.

Gracias Dios, por la dicha de su existencia y el tiempo compartido.

Namasté!

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