30 de abril 2015

jueves, 30 de abril de 2015

Escucho una canción que me recuerda a aquéllos días dramáticos de la Secundaria, cuando creía que el amor era eterno, que podría luchar por él siempre y que jamás terminaría. El primer amor, la primera ilusión, el primer beso, los sueños mágicos.


Ha pasado tanto en mi corazón a través de estos años; se ha roto tantas veces, se ha vuelto a llenar de sueños y nuevamente se ha vaciado.

No me gusta pensar que se ha endurecido, más bien pareciera que ha aprendido que nadie muere de amor. que alguien puede llenarte de detalles, que sólo imaginarlo puede causar una explosión de sentimientos y sensaciones; y, en un segundo, puede desaparecer o simplemente dejar de existir, de estar ahí todos los días.

Ya no soy la quinceañera soñadora, aunque reconozco que sigo siendo romántica. En lo más profundo de mi ser aún sueño con ese amor mágico que hace flotar.   Pero no lo traigo encima, sé que la realidad, al menos la mía ha sido diferente.

Estoy en una etapa de mi vida en la que tengo plena conciencia de los errores cometidos, las buenas entregas y los sueños hechos realidad; me encuentro menos angustiada por vivir el amor y la pasión como en aquéllos años de la juventud. He saboreado cada instante de los que he vivido sólo ternura y alegría, como aquéllos en los que la pasión en todos sus sentidos se apoderó de mi.

Han pasado 25 años desde aquéllos días dramáticos y ese amor primero que me hacía soñar se ha transformado.  Por fortuna, tengo la dicha de que precisamente ese amor aún forme parte de mi vida, aunque de una manera diferente.

Hoy, ambos con toda madurez recordamos bellamente eso que fuimos y todo lo que juntos descubrimos, pero sobre todo tenemos la enorme dicha de disfrutar de esto tan bello que al paso del tiempo nos dejó.

El amor no cambia, sólo se transforma, porque en realidad vuelve quien nunca se fue y se va quien nunca estuvo.
Porque decir adiós es tan ajeno cuando se ama y tan noble cuando no.